Deje su presentación después de
la señal: ‘Escritor mundialmente desconocido, cineasta psicológico. Busca
protector, pareja, amigo, alma joven, sincera y fiel. De espíritu exuberante,
franco, bello. Para compartir cama, charlas, pecados, perdones, vacios, miedos,
combatir la furia de la soledad del invierno. Encuéntrame si puedes, estoy
aquí’. Después de un año y medio sin amor a esto había llegado. A ser una
presentación de 30 segundos en una línea de chat telefónico. ¿Cómo llegué a
esto? Así:
Una de las primeras, realmente
frías, noches de otoño, en un bar de Buenos Aires, mi amigo decide irse a
dormir con su novio. Me quedé un rato más porque era temprano. Justo cuando se
está por acabar mi trago y las esperanzas de que alguien se acerque, me tocan
la espalda pidiéndome fuego. Me asusto.
‘No se puede fumar acá’ le digo señalando un cartel. ‘Pero es porro’ me
dice. ‘Esto es Argentina no Ámsterdam’
le retruco. Se ríe. Tiene una linda sonrisa, uno de esos skaters, medio rubión,
rapado, con piercings, expansores, piernas grandes, ropa grande y ojos claros
grandes, barba. Se va a pedir fuego y vuelve con el porro prendido. ‘¿Querés?’,
‘No gracias, me da asma’ (Por si dudaba que soy nerd). Se queda fumando y
mirándome, hasta que un tipo de seguridad se le acerca y le dice que no se
puede fumar y que lo va a sacar si no lo apaga. Lo apaga. ‘Te dije’
Se llamaba Alejo, 26 años, diseñador gráfico. Compramos un trago más y
nos quedamos conversando hasta que me llega un mensaje de texto del Sr.Q. Me
invitaba a tomar algo. Esto cerca de las 3 de la mañana. Como si pudiera
olfatear a kilómetros de distancia que por unos micro-segundos había dejado de
pensar en él. Alejo se da cuenta que mi
cara cambió y me pregunta si me estaban invitando a coger. ‘No’. ‘¿Es tu novio
controlándote?’, ‘No, no tengo novio’. ‘¿Quién te escribe a esta hora?’, ‘Un
amigo’. Me mira con cara de no te creo nada. ‘Bueno, es complicado’. ‘¿Te
gusta?’. ‘Estoy tratando de que no’ le respondo. Mientras, trato de pensar si responder o no
al Sr. Q., Alejo me dice: ‘No deberías contestarle entonces’. ‘Tenés razón’. Guardo el celular y le pregunto si él tiene
novio. ‘No, tengo alguien complicado pero nada serio, sino no estaría acá con
vos’ (Punto a su favor). Mas tarde mientras
conversamos, se va acercando demasiado mientras hablamos, podía sentir que nos
íbamos a besar. Me encanta esa parte en la que ya estás seguro de que va a
suceder. Finalmente me gana unos besos con su sonrisa, eran de esos besos
animales pero suaves, cargados de pasión sin pasarse. Fuertes pero tranquilos. Perfectos.
Me dice de ir a su departamento porque ya empezábamos a llamar la atención
demasiado. Le digo que preferiría un lugar más neutro. El argumenta que se
sentiría mejor en su casa, queda cerca y es gratis. Me dice que no va a fumar.
Me convence y vamos. Pero lo que menos hacemos es conversar. Como era de
esperar, le gustaba el sexo fuerte, comenzamos con unos besos y mordiscos en el
sillón. Estábamos tan imparables que no perdimos el tiempo yendo a la cama.
Todo sucedió ahí mismo hasta que finalmente terminamos contra la pared. Lo
había logrado, no había pensado en el
Sr. Q. ¿El Sr. Q-uien?. Estaba contento y me acordé de lo bueno que era
tener sexo. De tanto sufrir por amor (o por desamor mejor dicho) me había
olvidado de lo bueno que estaba tener sexo.
Me pregunté si el verdadero amor debería sentirse así, como dolor. Si alguien no te hace bien o te cambia la
cara y el ánimo para mal, ¿no debería ser eso suficiente para que deje de
gustarte? ¿O nos encanta ser esclavos del dolor?¿En qué momento una relación
sado-masoquista se convierte en una solo-masoquista?¿Cuál es el umbral del
dolor cuando nos sometemos a los latigazos al corazón?
El S&M (Sado-masoquismo) es
un práctica, por lo general sexual, en
la que ambas partes disfrutan de proporcionar y/o recibir actos de humillación,
violencia física y/o verbal, siempre consensuada por ambas partes. No sé bien
porque pero hace unos años que me gusta esta práctica sexual, de alguna forma
la veo como más divertida, apasionante y sincera. Además de que mi umbral de
dolor es bastante alto. Me gusta practicarlo siempre que puedo, hasta cuando
tengo sexo telefónico, porque me excita más que el sexo telefónico ´genérico’.
En ese caso todo está librado a la imaginación por lo que cada uno crea en su
mente una imagen ideal mientras escucha al otro hacer lo que le pide o dar
órdenes al oído.
En el juego de roles en vivo,
antes de comenzar ambos se ponen de acuerdo en una palabra o código (por
ejemplo ‘rojo’) que indica que el masoquista llegó al máximo de dolor que puede
soportar, en ese momento el sado se detiene. En 1994 el S&M fue sacado de
los libros de los trastornos mentales y ahora se considera una de las prácticas
sexuales más saludables. Ahora bien, en cuanto a las relaciones amorosas
sado-masoquistas, en las cuestiones del corazón, ahí mi umbral del dolor es
mucho más bajo. Pero claro, en esos casos no tenemos ningún código para detener
el dolor, sino, todo sería mucho más fácil ¿no?. Lo del Sr. Q se había vuelto así, algo que
rozaba un trastorno mental. Cuando no lo veía estaba todo bien, pero cada vez
que me escribía o me demostraba un mínimo de atención, yo volvía como
desesperado a ser su esclavo. Pero eso no era culpa de él. Yo había decidido
ponerme en ese rol y había momentos en que lo disfrutaba. Siempre me quedó la
duda de si a él le gustaba su rol o si lo hacía en consecuencia de lo que yo
elegía. Si era sádico natural o si lo hacía para complacerme.
Alejo, en cambio, era
extremadamente complaciente. El quería que me quede a dormir, aunque su cama no
era demasiado grande, hasta ofreció dormir en el sillón. Pero decidí volverme
al hotel. Se vistió y me acompañó hasta abajo aunque no tenía que hacerlo (otro
punto a su favor). Sus besos de despedida (más puntos a su favor).
Al otro día, yo era otra persona,
estaba alegre, me desperté para desayunar en el comedor del hotel. Mientras me
servía el café veo un tipo canoso que me parecía conocido. Era el veterinario
con el que había tenido sexo animal en su misma veterinaria hace muchos, muchos
años. Obvio que no me reconoció, en esa época yo tenía 20 kilos más y otros
anteojos, otra cara. Él le preguntaba a su novio si quería tostadas. Tenía un
anillo ahora, así que quizás era su esposo. Los observé mientras trataba de no
atragantarme. Parecían felices. Ahí comencé a dudar de nuevo si contestarle al
Sr. Q., ¿y si por fin se dio cuenta que le gusto?¿y si me invita a tomar algo
para decírmelo?¿y si todo salía bien y muy pronto era yo el que le hacía
tostadas? Esclavo de esas dudas, le escribí explicándole porque no le había
contestado, que me hubiera encantado tomar algo pero estaba un poco lejos. Me
contestó en el acto para variar, diciéndome que cuando volviera me invitaba a
su casa así le contara de mi viaje y así nos poníamos al día. Ya me tenía a sus
pies de nuevo.
Unos días después, ya en Córdoba,
había llegado el gran día. Me desperté temprano, salí a correr, pensé que ese
podría ser un gran día, el comienzo de una nueva vida. Estaba nervioso pero
contento de estarlo, contento de que lo iba a ver a solas. Tenía que relajarme
y tratar de no parecer desesperado. Claro que cuando abre la puerta y me
abraza, es como si me pusiera una correa. Cenamos comida china mientras
escuchábamos música y nos pusimos al día. Le conté de Buenos Aires, de lo que
había hecho y él me contó de sus novedades. Todo parecía una cita, hasta que
llegamos a hablar de temas sentimentales: ahí me contó que había conocido un
chico nuevo hace poco, que estaba muy bien con él y que estaba en esa parte del
enamoramiento en la que está pensando en él todo el día. Le dije que sabía
exactamente de que hablaba, pero claro, no le dije que me pasaba todo el día
con él. En mi cabeza se escuchaba un
solo grito: ‘¡ROJO!! ¡ROJOO!!!’. Como si fuera poco me dijo que lo había
conocido esa noche que me escribió el mensaje, que finalmente había salido con
sus amigos y ahí se habían conocido. Se sentían como latigazos al corazón y si
que dolían. ¡ROJOOO! Había llegado al umbral máximo de dolor. Tenía ganas de
gritarme a mí mismo y golpearme por haberme sometido a ese dolor, por haber
caído de nuevo sus cadenas. Era todo culpa mía por esclavizarme a un amor
solo-masoquista.
Me quedé un rato más pero después
no aguanté, entonces inventé una excusa para irme. Me acompañó hasta la puerta
donde nos despedimos con un abrazo y me preguntó: ‘La pasaste bien’ y yo con un
poco de ganas de llorar le dije: ‘Siempre la paso bien con vos’. Lo solté y me
fui escuchando mi mp3 para no pensar en nada. Justo
sonaba ‘The Game Of Love’ de Daft Punk. Que cruel.
Pero bueno, por más que duela,
así es el juego del amor, a veces se gana, a veces se pierde. A veces se es el
sado y a veces el masoquista. Le deseo lo mejor Sr. Q: Señor,
Que-sea-muy-feliz. Quizás algún día sepa lo mucho que lo quise. Por otro lado,
quizás sea él el que no esté preparado para un gran amor, quizás le da miedo a
someterse a algo tan intenso como lo que tengo para ofrecer. Eso no es culpa de
nadie, son las reglas del juego.
Volví a mi casa exhausto como si
viniera de una sesión de S&M intensa. Después de un año y medio sin amor,
quizás sea hora de cambiar ciertas cosas. De ahora en más, el único
sado-masoquismo que voy a practicar será en la cama o en el teléfono. No en el corazón.
Pablo M. Acuña
Pregunta para el foro: En las relaciones amorosas ¿Cuál es tu límite del dolor? Por lo general ¿Sos el sado o el masoquista?